Foto: Marta Pucci

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La copa menstrual me ayudó a conocer mejor a mi cuerpo y mi feminidad

Comencé a usar la copa menstrual en el año 2012. En aquella época vivía en Buenos Aires, Argentina. Hoy en día puedo identificar esa etapa de mi vida como el momento que daba inicio a un acercamiento realmente profundo con mi feminidad como nunca antes lo había tenido. Por primera vez escuchaba hablar de “círculos de mujeres”, en los cuales se rumoreaba, entre otros temas, que existía algo que servía para recolectar la sangre menstrual. La idea de dejar de usar “pañales” 5 días al mes resultó extremadamente seductora.

Nunca he sido una chica particularmente pudorosa y estoy segura de que parte de ello se debe a la influencia de crecer rodeada de muchas mujeres, en el seno de una familia en la que no recuerdo haber sentido ninguna necesidad de ser “recatada”. En mi casa se hablaba de todo “sin pelos en la lengua” (como se dice en Venezuela), así que cuando la copa llegó a mi vida, no fue algo que me intimidara. Acepté esta alternativa de inmediato, ¿qué podía perder?.

Primera impresión

Cuando tuve la copa por primera vez en mis manos dije: “ok, ¿ahora qué sigue?”. Ya me habían explicado como doblar el silicón de manera que:

  1. Entrara por completo y sin dolor,

  2. No quedara aire dentro del dispositivo una vez doblado, ya que si esto ocurre la copa hace una especie de “succión” interna que no le permite abrirse dentro de la vagina.

Debo confesar que tomó práctica (y ganas) durante varios meses lograr que la copa entrara correctamente, fueron muchas las veces que creí tenerla bien puesta, para luego darme cuenta de que estaba equivocada cuando veía indiscretas gotas de sangre en mi ropa interior (¡y a correr!).

Luego, una vez conoces más de cerca la anatomía de tu vagina, todo el proceso se vuelve súper sencillo, la tensión y los nervios de tener un objeto recolectando sangre dentro del cuerpo desaparece y comienza un proceso de transformación interior invaluable.

Para atrás ni para coger impulso

Como venezolana puedo afirmar que en Latinoamérica hay una tendencia generalizada entre las mujeres a sentir temor/pudor/prejuicio frente al uso de un dispositivo alternativo, como lo es la copa menstrual.

Paradójicamente, la severa crisis económica y política que atraviesa mi país actualmente podría constituir una etapa de forzoso cambio de perspectiva. Con la generalizada escasez de alimentos, medicinas y bienes de primera necesidad, ya no se consiguen las marcas de toallas y tampones a las que las consumidoras están acostumbradas, y estas han tenido que irse adaptando a lo que consigan (si es que consiguen).

Nunca olvidaré la anécdota que una mujer argentina me relató hace un tiempo:

 “Estaba de vacaciones en la Isla de Margarita ( ) y antes de ir había escuchado sobre la crisis, pero nunca me imaginé cuán grave era hasta que me tocó vivirlo en carne propia. En algún punto del viaje vino mi regla y no encontraba en ninguna parte compresas o tampones. Tomé un taxi y a toda prisa le rogué al señor que me llevara a cada farmacia que encontráramos en el camino para ver si el milagro ocurría. El taxista muy amablemente me dijo que no me preocupara y a toda marcha recorrimos casi toda la isla a ver si teníamos éxito. Yo ya bañada en sangre no sabía qué hacer y el taxista decidió llevarme a su casa. Una vez que llegamos nos recibió su esposa quien amablemente me regaló un paquete de compresas que aún le sobraba. Es un gesto que jamás olvidaré”.

En mi caso, más allá del obvio beneficio de no tener que usar toallas y/o tampones nunca más, hay otras razones de peso por las que la copa menstrual seguirá estando en mi vida. En el momento en que empecé a tener un contacto más cercano con mi sangre menstrual, comencé a concebir mi feminidad y mi rol en este mundo como una manifestación más sagrada y poderosa.

Amando a nuestro planeta

¿Cuál es la diferencia más importante entre los productos tradicionales y la copa menstrual desde el punto de vista ambiental?

En un cálculo aproximado, sin incluir tiempo de embarazo, lactancia o cualquier enfermedad que pueda interrumpir el ciclo, las mujeres menstruamos más o menos 5 días cada mes; esto equivale a 60 días al año. Además debemos convivir con el periodo por aproximadamente 40 años. Esto nos lleva a que en total, durante toda la vida, tengamos el periodo durante 2400 días, que equivalen a 6 años, 8 meses y 2 semanas. Un grupo de investigadores estima que las mujeres en los países en desarrollo usan alrededor de 15,000 tampones durante su vida, equivalente a unos 125-150 kg de basura (1).

Si multiplicamos todo esto por la cantidad de mujeres menstruantes de todo el planeta, sería un número que no cabe en la cabeza. La buena noticia es que tenemos la alternativa para cambiar esta situación, ayudar a nuestro planeta, reducir estas cifras y ahorrar mucho dinero a lo largo de nuestras vidas: las copas son reutilizables por 10 años; lo que significa que sólo se usan 4 copas en toda la vida. Esto la convierte en un producto sostenible y responsable con el ecosistema con y el bolsillo. 

Haz seguimiento con Clue a tu método de recolección de sangre preferido durante tu periodo.

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Después de 7 años de uso

a copa menstrual transformó mi vida. Hacer yoga sin preocuparme por derrames, recibir sexo oral sin inconvenientes, liberarme de olores fuertes, etc., son tan solo algunos de los beneficios que he experimentado después de casi una década de uso.

Sin embargo, mi tesoro más sagrado es mi conexión con la tierra, con mi sabiduría y la de otras mujeres, la atención que pongo a los genios de mi intuición y mi guía interior. El ofrendar nuestra sangre es un ritual de consciencia espiritual, es sanarnos y sanar la relación con nuestro linaje femenino, es reconciliarnos y conectar con nuestra madre, abuelas, nuestras ancestras y las de todas las mujeres de la humanidad, y al mismo tiempo limpiamos el camino de nuestras hijas, nietas y futuras generaciones de tabúes e ideas negativas en torno a nuestra sangre.

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